lunes, 27 de agosto de 2007

La última conversación en casa

Me desperté con frío, un poco confuso y con la sensación de vivir una terrible pesadilla. Paseé largo rato sin rumbo fijo y finalmente decidí ir a casa de mis padres. Un ambiente cálido, una conversación y un poco de cariño era lo que necesitaba para esa tarde fría. A mi padre le incomodaba que fuese a verles, pero a mi madre no le importaba y siempre insistía en que me quedase. Decía que seguía siendo su hijo. "Mamá, te echo de menos en este eterno y tedioso mundo de muertos", le dije. "Mañana voy", respondió.

lunes, 13 de agosto de 2007

Ayer mi casa tuvo un orgasmito

Muchas experiencias no pueden fotografiarse. Y las emociones ni una sola. ¿Quién tiene la foto del terremoto de ayer?

jueves, 9 de agosto de 2007

Tributo a la villa alegre

Mi pueblo aún conserva el espíritu de antiguo pueblo pesquero. Todavía puedes ver a los abuelos tomando la fresca (o frescoreta, como ellos la llaman) en la cuesta que lleva a la playa. E incluso hay alguno que recuerda el arcaico arte de hacer bou para los barcos. Tú nunca has visto puestas de sol como las de mi pueblo. Ni has paseado por el muro del puerto viendo llegar a los buques coronados de gavinas blancas. Tú no has olido el pescado (desagradable para casi todos los urbanitas) recién sacado de las cisternas para luego venderlo en la lonja. No has respirado la pólvora del desembarco ni has gritado nunca "¡viva Santa Marta!" Tú no te has sentado en la aún caliente arena de la playa y has escuchado el mar cerrando los ojos. En ese momento eres mar, te sumerges en él y hasta crees poder llegar nadando a Lilla, la isla que hay delante de tí. No has olido el aire de poniente africano que trae las tardes más calurosas de verano, ni te has refrescado con su viento de levante, ese que levanta tanto oleaje y no deja ver el fondo.

Mi pueblo tiene las casas pintadas de colores, y no las has visto. Tienen cien años y cada una, una historia. Yo te las podría contar todas. Mi abuela decía que este sitio se llamaba así porque un rey moro afirmó que la villa parecía una joya la primera vez que la vio. Pero, realmente, traducido al castellano es "la villa alegre". Y tú ya lo sabes.

martes, 7 de agosto de 2007

Ni demasiado grande, ni pequeño

Sólo era una combinación de cristal y madera. Ni demasiado grande ni demasiado pequeña. Para llegar a ella había que franquear un pequeño muro constituido por unas cortinillas blancas, o bueno tal vez algo amarillentas ahora pero blancas en un comienzo. Como he dicho sólo era una ventana, ni demasiado grande, ni pequeña. No al menos comparada con todas la que constituían el barrio en que vivía. Así pues tal atracción resultaba inexplicable y sin embargo él no podía dejar de observarla. Ésto le agradaba a la ventana la cual era consciente de su atractivo, aunque a veces él se olvidaba de su existencia y miraba más allá de su marco lo cual la ponía de mal humor. Él tampoco era demasiado grande o pequeño y resultó ser el perfecto complemento de la ventana. Esta medianía fue, aparentemente, una constante en su vida. No vivía solo aunque podría llegar a decirse que sí. Sus ojos sólo eran para la ventana y ese mágico y mítico reino que suponía para él la calle. La calle con su vida, con su ajetreo y a pesar de lo anterior su monotonía era lo que él observaba, apoyado en la (en esos momentos ruborizada y emocionada) ventana. Pero a pesar de no ser ésta muy comedida nadie se explicaba esa atracción de él por ella.
Los días así transcurrían uno tras otro, sin palabras entre ellos ni airados aspavientos, sino acordes a esa rítmica monotonía que termina hechizándolo todo y haciéndonos bailar a su par. Y así todo siguió hasta que una mañana de un día ni demasiado grande ni pequeño él se levantó, se acercó a la ventana, se subió a ésta y dando un pequeño salto cayó. De esta sencilla manera, con la escasa energía que se precisa para dar un salto de esas características él se hizo con la batuta de la vida, o al menos de su vida. No fue una caída como la de los dibujos animados donde el coyote ve el abismo acercándose lentamente, ni una de esas casi fugaces caídas de película. Fue una caída normal de esas ni muy grandes y teatrales ni pequeña ni ridícula. Nadie supo explicar el por qué de este suceso. Tal vez se vio llamado por el vacío, como cuando nos llama con esa silenciosa voz que entra por nuestros poros directa al corazón, o tal vez ansió entrar en ese, aparentemente, bullicioso río que formaba la gente por la calle. Tal vez, simplemente se hartó de ser una medianía y decidió hacer una vez algo grande, o al menos más grande que él o lo que había hecho hasta ahora. No sé. Yo sólo sé que tras eso hubo una ventana que no encajaba nunca bien al cerrarse, como si tuviera miedo de no dejar pasar algo importante. Todos y cada uno de los carpinteros de la ciudad pasaron por ésta, y sin saber a qué se enfrentaban ideaban unas cada vez más peregrinas ideas que los excusaban de esta tarea. Madera vieja, decían los más jóvenes, madera joven decían los más ancianos, madera extranjera, decían los más patriotas, humedad dijeron otros. Pero no era una cuestión de madera o humedad, sino de lágrimas. Nadie lloró la pérdida de él. O sea, lloró de verdad. Hubo lágrimas sociales, lágrimas urbanas y corteses de esas que derramamos mientras te dices a ti mismo, vamos, llora que si no vas a quedar mal. Pero no hubo ciertas lágrimas de esas de viejo que caen lentas, silenciosa y modestas, como en un susurro. Nadie lloró sino la ventana, lloró lágrimas que salidas de toda ella la empaparon hasta más allá del corazón. Lloró por ella y por él, por la incomprensible ruptura de un idilio. Lloró y lloró y aún sigue llorando, creo. Pero esto sólo es una historia, aparentemente, sólo una historia ni demasiado grande ni demasiado pequeña.

lunes, 6 de agosto de 2007

A gusto con tu perra

Es muy importante el estar a gusto. Más que la felicidad. Estar a gusto en tu casa, con tus amigos, con tu perra, en el bar comiendo el menú, o estar a gusto sin proponértelo. Creo más en el contento de ese momento dado que en la infinita farsa de perseguir el bienestar duradero. Desde hace varios días pienso si estoy a gusto en las situaciones que yo misma elijo. Y me tengo que decir que no. Por eso huyo como una insensata de aquello que me obligan. Y no quiero tener más remedio que hacer lo que me venga en gana. Qué mejor sabor que el de un momento sin farsas.

El periodico olvidado

Levantarse a las siete y cuarto, desayunar pan con mantequilla a las siete y media, coger el metro de las ocho, fichar a las nueve. Salir de la oficina a las seis, abrir la puerta a las siete e irse a la cama a las doce. Y llegó el día uno y llegó el treinta y uno. Somos animales rutinarios o bien la rutina nos convierte en animales. Hay quien no sabe vivir sin hacer lo mismo un día tras otro. Salí ayer del trabajo junto con uno de mis compañeros. En el metro se sobresaltó: “Noté algo raro. Y es que hoy no compré el periódico y me faltaba algo en la mano”. Vivir así la vida para muchos es un gran invento. Para mí el invento es no vivir sin vida.

jueves, 2 de agosto de 2007

Something to remember


Siempre habrá vasos vacíos con agua de la ciudad. Pero la nuestra será agua del río mezclada con mar.

Feliz, feliz no cumpleaños!


Una merienda de locos.